Enfermedades como la depresión y la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) pueden tener su origen en metabolitos producidos por las bacterias intestinales
El papel de la microbiota intestinal en la salud ha sido objeto de gran atención por parte de los investigadores durante muchos años, pero el estudio de su influencia en la salud mental es mucho más reciente. Los investigadores de la Universidad de Texas Southwestern, en EE UU, dirigidos por la investigadora Jane Foster, han publicado un estudio en Science evidenciando que este conjunto de microorganismos del intestino humano también puede influir en la salud cerebral y emocional de una persona.
La publicación describe cómo los científicos están desentrañando la relación del microbioma con el cerebro, incluidas las conexiones con enfermedades como la depresión y la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Los estudios en animales han descubierto que ciertos microbios intestinales y sus metabolitos (las sustancias que producen) pueden aumentan el comportamiento ansioso y alterar la función cerebral.
Si se descubren los mecanismos concretos, estos hallazgos podrían trasladarse a poblaciones clínicas y así investigar nuevas terapias para mejorar los síntomas de las enfermedades mentales. Los investigadores examinaron previamente cómo la inflamación podría influir en la depresión, analizando muestras de heces recogidas de los participantes en el estudio longitudinal Texas Resilience Against Depression.
Si la muestra de heces un paciente con depresión presenta ciertas poblaciones de microbios que se asocian a una mejora de los síntomas gracias al tratamiento con determinados antidepresivos o terapias, esto podría impulsar la medicina personalizada para este paciente usando ese tipo de bacterias para repoblar su intestino.
El equipo afirma que, en la actualidad, las personas disponen de una gran cantidad de opciones de tratamiento, pero las decisiones se basan principalmente en el comportamiento y la autoevaluación, y en algunos casos en imágenes y electroencefalogramas. Los antidepresivos suelen funcionar sólo en torno al 40% de las personas. Otras opciones son la terapia cognitivo-conductual, la estimulación cerebral profunda o incluso el ejercicio y la dieta.
Si se encuentran similitudes entre pacientes y patrones en sus poblaciones bacterianas, es posible ampliar el número de personas que responden a un tratamiento concreto.