Nuestro sistema olfativo tiene una relación especial con nuestra memoria, una conexión que sigue siendo desconocida. El simple olor de una comida, de un perfume o de un espacio es suficiente para evocarte escenas concretas guardadas en tus recuerdos. Algo invisible se puede volver así tan presente como una imagen, incluso más. Sin duda, de los cinco sentidos, el olfato es el más enigmático, y no solo por eso, sino porque existe una infinidad de olores que, con todo ello, cuesta entender que puedan atraernos.
Este vínculo entre el perfume y la memoria tiene, de hecho, un nombre: el fenómeno de Proust. Y su misterio puede entenderse científicamente, pues es el único de nuestros sentidos que no pasa por el tálamo (un conjunto de núcleos voluminosos de tejido nervioso situados en los hemisferios cerebrales a ambos lados de la línea media) justo antes del prosencéfalo (que conforma toda la parte superior del cerebro).
Es decir, lo que entra por nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra lengua o nuestros dedos pasa siempre por aquí. Y es precisamente el posencéfalo el que transmite toda esa información al cerebro. Sin embargo, los olores que respiramos atraviesan un camino directo a nuestra conciencia. Así nos llega, de inmediato, el famoso placer de oler gasolina. ¿Qué está pasando con esto? La respuesta está en la composición de esta.
Moléculas potentes y ligeras
Para que nuestros motores olfativos funcionen, nuestra nariz necesita de muchos ingredientes, como recuerda Carl Engelking en 'Discover'. Desde lubricantes, antioxidantes, descongelantes a cientos de otros hidrocarburos como el butano y el pentano, o incluso compuestos llamados BTEX, como el etilbenceno, el xileno o el benceno. Y aunque todos juegan un papel importante, es precisamente el último el responsable del olor embriagador de la gasolina.
Lo cierto es que una nariz humana solo es capaz de detectar una de estas moléculas entre un millón de otras, pues son particularmente potentes y ligeras, pero la ligereza del benceno también hace que se evapore muy rápidamente. Este es el motivo por el que lo sentimos casi al instante.
Además, hay que tener en cuenta que nuestro bulbo olfativo tiene una alta densidad de conexiones cerca de nuestro hipocampo, y estas participan activamente en la formación de la memoria. En este sentido, es posible que lo que esté ocurriendo es que las personas a las que les gusta el olor a gasolina pueden haber formado un recuerdo agradable asociado al este. Por lo tanto, realmente, el gusto sería una especie de apego a ella.
Liberando dopamina
Sin embargo, existe otra teoría más "física" que también podría darnos la respuesta. En este caso, la idea se basa en que tanto el benceno como otros hidrocarburos, una vez inhalados, inhiben nuestro sistema nervioso, dando como resultado una sensación de euforia pasajera, de la misma forma que lo haría una droga.
Dicho poder de adormecer nuestros nervios activa la vía de recompensa del cerebro al liberar dopamina. Por tanto, si no encuentras en tu memoria ningún recuerdo que te vincule en tu infancia a este combustible, tal vez simplemente hayas desarrollado cierta dependencia a este olor.
No obstante, respirar benceno puede ser muy peligroso para la salud. En principio, este tipo de gases no entrañan riesgos espontáneos, pero si se inhalan de forma intencionada durante largos periodos de tiempo, las consecuencias podrían ser fatales: el benceno, sin ir más lejos, es un elemento potencialmente cancerígeno. Si puedes evitar hacerlo, no lo hagas.