Un estudio revela que incluso los estadounidenses más ricos mueren antes que los europeos más pobres. La diferencia no es genética, sino sanitaria: el acceso universal a la salud.
La esperanza de vida es un indicador que mide cuántos años, en promedio, se espera que viva una persona según su país, condiciones sociales y acceso a la salud. Factores como la atención médica universal, la calidad de la dieta, el nivel de estrés y las políticas públicas influyen directamente en cuánto y cómo vivimos. Mientras Estados Unidos apuesta por un sistema de salud privado y desigual, Europa ha invertido durante décadas en sanidad pública y accesible, y la diferencia se nota en las cifras de mortalidad.
Un nuevo estudio publicado en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine ha puesto en evidencia una realidad incómoda para Estados Unidos: sus ciudadanos mueren antes que los europeos en todos los niveles de ingresos. La conclusión más llamativa es que incluso los estadounidenses más ricos, con acceso a los mejores tratamientos privados, viven menos que los europeos más pobres. El hallazgo desmonta el mito de que el dinero puede comprar más años de vida y señala a un culpable evidente: el sistema de salud.
La investigación analizó a 73.000 personas de entre 50 y 85 años tanto en Estados Unidos como en Europa. Los datos muestran que incluso ese millonario de Silicon Valley obsesionado con biohackear sus células tiene más probabilidades de morir antes que un europeo común que desayuna, come y cena salchichas. La clave no está en la dieta milagrosa, sino en la diferencia entre un sistema sanitario universal y otro basado en el bolsillo del paciente.
Los investigadores dividieron a la población en cuatro franjas de riqueza y compararon las tasas de mortalidad. En todos los casos, los europeos vivieron más que los estadounidenses. Lo más sorprendente es que los europeos más pobres, especialmente en países como Alemania, Francia o Países Bajos, tenían menos probabilidades de morir que los estadounidenses más ricos. Esto significa que el acceso a un médico, las revisiones rutinarias y los tratamientos preventivos pueden pesar más que cualquier fortuna acumulada.
Aunque la riqueza sigue teniendo efectos positivos en la salud, incluso en Europa —los más ricos tienen un 40% menos de probabilidad de morir que los más pobres—, esa ventaja se reduce en un país como Estados Unidos, donde el sistema no garantiza atención universal. Así, los millonarios estadounidenses disfrutan de un estilo de vida lujoso, pero ni siquiera eso consigue superar la protección básica que brinda un sistema de salud público europeo.
Los autores del estudio subrayan que la diferencia no se debe únicamente a los médicos o a los hospitales, sino también al nivel de estrés, las condiciones laborales y el modo en que cada sociedad apoya a sus ciudadanos. Mientras en Europa existen redes de seguridad social más amplias, en Estados Unidos predomina una cultura de competencia feroz y desigualdad económica que termina reflejándose en la esperanza de vida.
El trabajo plantea una paradoja con gran carga política y social: el país más rico del planeta no logra que ni sus ciudadanos más adinerados vivan tanto como los europeos más humildes. La lección es clara: los sistemas colectivos de salud, financiados con recursos públicos, pueden ofrecer una protección más eficaz contra la mortalidad que la acumulación individual de riqueza. Quizá, más allá de biohacks y rutinas extremas de longevidad, el verdadero secreto para vivir más tiempo sea tan sencillo como tener un sistema de salud universal y accesible.