Incluso los hombres que quieren colaborar con las tareas domésticas a menudo no ponen de su parte
Tom McClelland, University of Cambridge y Paulina Sliwa, Universität Wien
Imagine una pareja de profesionales, Jack y Jill, comprometidos en una relación en la que las responsabilidades domésticas se reparten equitativamente. Ahora imagina que Jack y Jill difieren en cómo ven su hogar.
Cuando Jill entra en la desordenada cocina, ve que hay que lavar los platos y sacar la papelera de reciclaje. Jack, por supuesto, ve que hay platos en el fregadero y que la papelera de reciclaje está llena. Pero estas percepciones no le «empujan»: no ve el desorden como tareas que haya que hacer.
Los resultados de nuestro reciente estudio sugieren que hombres y mujeres están entrenados por la sociedad para ver diferentes posibilidades de acción cuando observan el desorden de su casa. Creemos que esta idea también podría ayudar a las parejas heterosexuales a repartirse las tareas de forma más equitativa. Pero es importante comprender las causas profundas del problema.
Según un concepto psicológico llamado «teoría del ofrecimiento» (affordance theory), cuando observamos objetos y situaciones vemos posibilidades de acción. Cuando miramos una manzana, no sólo la vemos roja y brillante, sino también comestible.
Ves lo que se puede hacer con la manzana. Jack y Jill miran las mismas cosas en la cocina, pero ven diferentes posibilidades de acción, diferentes «ofrecimientos». Para Jill, los platos invitan a fregarlos, mientras que para Jack no.
La pareja está en sintonía de forma diferente con los ofrecimientos de las tareas domésticas. La teoría del ofrecimiento ¿puede ayudar a explicar por qué las mujeres asumen una cantidad desproporcionada de las tareas domésticas y el cuidado de los niños, incluso cuando trabajan a tiempo completo? Esta diferencia en la percepción del entorno doméstico repercute en la cantidad de tareas que Jack y Jill realizan, independientemente de sus intenciones.
Si Jill es más sensible a las posibilidades de las tareas domésticas, es más probable que se dé cuenta de que hay que fregar los platos y esté más motivada para hacerlo. Es probable que Jack ni siquiera note la disparidad en la carga de trabajo.
Si no ve que la encimera «hay que limpiarla», es menos probable que se dé cuenta de cuándo se ha limpiado. Este doble golpe de desigualdad e invisibilidad tiene un coste mental considerable para las mujeres y pone a prueba sus relaciones.
¿QUÉ HACER?
Lo primero que hay que decir es que ser menos sensible a ciertas astucias no es una excusa. Cuando Jill se queja a Jack de que nunca friega los platos, el hecho de que Jack diga: «Es que no los veo como ‘para lavar'» no le libra de la culpa, aunque sea cierto. Jill puede responder: «Ese es exactamente el problema en el que tienes que trabajar». Para recoger la parte que le corresponde, Jack tiene que cambiar su percepción.
La buena noticia es que las percepciones de los ofrecimientos pueden cambiarse con la práctica y un esfuerzo consciente. Mejoramos nuestra percepción del ofrecimiento de una tarea si la realizamos más a menudo y prestamos atención conscientemente a las señales que nos indican si la tarea debe realizarse.
Jill no nació para ser más sensible a la posibilidad de sacar el cubo de reciclaje que Jack. Esos hábitos están, en parte, moldeados por las normas sociales.
Y cuando se trata del trabajo doméstico, estas normas están condicionadas por el género. Desde pequeñas, las niñas realizan más tareas domésticas que los niños. Se anima a las niñas a jugar con juguetes como aspiradoras y muñecas que fomentan la imitación de las actividades de cuidado de los niños.
Socializar a los niños desde pequeños para que sean responsables de las tareas domésticas puede marcar una gran diferencia en su actitud más adelante en la vida. KlavdiyaV/Shutterstock
La estrategia central consiste en cambiar la mentalidad de Jack sobre lo que implica «arrimar el hombro». Lo que tiene que practicar es no hacer la tarea (sacar el reciclaje no es tan difícil). Tiene que asumir la responsabilidad de ocuparse conscientemente de si hay platos en el fregadero, de si el contenedor de reciclaje está lleno o de si hay leche en la nevera.
Piense en aprender a conducir. Lo que el conductor novel tiene que aprender no es sólo a cambiar de marcha (algo bastante sencillo), sino también a discernir cuándo hay que cambiar de marcha. No pueden confiar en «cambiaré de marcha cuando me lo diga el instructor».
LA SOCIEDAD TAMBIÉN TIENE QUE CAMBIAR
Cultivar la sensibilidad hacia los ofrecimientos domésticos requiere tener oportunidades para practicar. Y esto depende de que existan las políticas adecuadas. Por ejemplo, el permiso parental compartido.
Está demostrado que, tras la llegada de los hijos, las mujeres asumen la mayor parte de las tareas de cuidado. Al mismo tiempo, hay estudios que sugieren que los padres que disfrutan de un permiso parental más largo realizan más tareas de cuidado de los hijos una vez finalizado el permiso.
¿Por qué? Cuidar de sus hijos da a los padres la oportunidad de perfeccionar sus habilidades de cuidado: cómo cambiar un pañal, cómo envolver, cómo consolar a un bebé inquieto. Pero, lo que es igual de importante, permite a los padres aprender a ver cuándo es necesario realizar esas tareas. Les pone en sintonía con las posibilidades de cuidar. Esto, a su vez, conduce a una distribución más equitativa de las tareas de cuidado a largo plazo.
A pesar de los avances culturales, económicos y jurídicos conseguidos por las mujeres en las últimas décadas, las disparidades en la cantidad de trabajo doméstico realizado por mujeres y hombres han resultado difíciles de superar. Nuestro documento demuestra que, para corregir el desequilibrio, no basta con exhortar a los hombres a que hagan la parte que les corresponde. Los hombres tienen que asumir la responsabilidad de ver lo que hay que hacer.